«La Tota» Castro como todos le decían, ya que pocos los conocían como Fabio, era una persona querida que se desenvolvía en el ambiente de la gastronomía, y como tal era muy conocido. Maestro asador, pizzero de los mejores, mozo atento y servicial, en fin, tenía todas las condiciones para que todo el mundo le dedicara un saludo, le dejara una buena propina y hasta mantuviera una conversación con él. De chico la vida no le fue fácil, el esfuerzo, el trabajo y algunos padecimientos no fueron obstáculos para agriar su forma de ser, sino por el contrario fraguaron su personalidad para enriquecer su espíritu y hacer del sacrificio y la lucha por la supervivencia una prueba de vida que lo premiaron con una familia en la que fue feliz, una hija a la que adoraba, y el trato con los amigos y sus muchos conocidos.
Todoterreno «La Tota» era tanto mozo, como cocinero o guardia de seguridad en una bailable, como lo fue su último conchavo en Sin City. Y fue este último fin de semana en el que sus compañeros lo vieron como siempre, atento, dispuesto, vigilante, porque ese era su trabajo. Nada hacía presagiar que algunas horas después, el domingo pasado el mediodía como se sentía descompuesto se acostó a dormir la siesta sin almorzar. Un sueño que se prolongó en la eternidad, ya que el querido «Tota» no despertó. Su esposa escuchó que emitía un fuerte ronquido, le pareció extraño, fue a verlo, y ya el apreciado vecino había partido a destinos celestiales.
Poco más es lo que puede decirse, el resto fue rutina, su velatorio, su sepelio, las lágrimas de los suyos, el recuerdo imborrable de sus amigos, y esa imagen grande por fuera y por dentro que perdurará en el recuerdo de todos los que tuvieron y tuvimos la dicha de conocerlo. Tenía 47 años, era muy joven.