Los intendentes, invariablemente, son como diría mi abuela «aves de paso» que dejan o no la impronta de su capacidad, vocación por la política y su preocupación por lograr el crecimiento y el desarrollo de la comunidad que con su voto los eligió.
En una nota que publicáramos en edición anterior bajo el título «EL INTENDENTE SE QUEJA» reflejábamos la frustración del actual intendente Walter Torchio por la quita que le significa a los productores del campo casarense la aplicación de las retenciones a la producción agropecuaria. Decía Torchio que los productores casarenses aportarán 1200 millones de pesos en concepto de ese impuesto que consideran distorsivo, y ni un peso de esa colosal cifra le es devuelto a nuestro partido en obras. Algo que podría parecer paradógico en vísperas de celebrarse el Día de la Agricultura y el Productor Agropecuario.
Lo dice Torchio, intendente de la fuerza opositora al partido gobernante.
Pero podría decirlo el intendente fulano de tal, si en lugar de ser opositor fuera oficialista del partido Cambiemos..
Una medida que abarca a todos, perjudica al campo y no beneficia a nadie, como no sea abonar intereses de la deuda externa, frenar la suba del dólar o emparchar los múltiples errores de una administración que hasta el momento no ha podido cumplir una gran parte de las promesas con las cuales sedujo a su electorado y llegó al gobierno.
Un intendente de Cambiemos también se habría enojado. Tal vez disimulando su frustración y no haciéndolo público, pero los impedimentos para gobernar hubieran sido los mismos.
Los enojados, además del intendente deberíamos ser los ciudadanos casarenses y en especial los productores agropecuarios, por el inmenso aporte que hacen al país y ni siquiera reciben las migas, muy por el contrario se han cerrado los grifos que permiten el avance de la obra pública que mejorará la vida de nuestros vecinos.