Parafraseando al tango «¨Por la vuelta», podríamos decir que viendo la cola de más de una cuadra en la sede del Movimiento Evita de vecinos a la espera de recibir una bolsa con alimentos, debemos reconocer que la historia vuelve a repetirse. La pobreza ha vuelto a recrudecer en amplios sectores de nuestra comunidad, que ya no tienen como satisfacer sus necesidades mínimas y recurren a la solidaridad de organizaciones sociales para poder, como se dice: parar la olla diaria.
Triste, nadie pensó que podríamos llegar a esto. Se insinuó y muy nitidamente en estos últimos años con el aumento de niños en los comedores, muchos de ellos portando pequeños recipientes o «tapers», para llevar a su casa algunas sobras luego de haber satisfecho su hambre. Lejos de la mesa familiar, pero al menos con la panza llena que es lo importante para su crecimiento. Aunque luego pueda convertirse en resentimiento.
El aumento de la pobreza marca el fracaso de las políticas públicas, de los traspiés de gobiernos que no visualizan el más acá por pensar en un mas allá que va lejos de los sentimientos humanos y de la realidad cotidiana. Nadie hace una cola en un lugar donde proveen alimentos si no los necesita, claudicar ante la realidad diaria de no poder alimentar a los hijos, de vivir unos pocos días con un plan social, o trabajar y ver que el poco dinero que ganan se les diluye por una inflación extrema, es parte de una cruda realidad que no tolera estadísticas ni encuestas, y mucho peor, ya no soporta más engaños.
Basta de esas frases mentirosas de que «el que no trabaja es porque no quiere», «prefieren un plan social antes de ponerse a trabajar», «el que pide es para vino no para comida», ni siquiera quien las pronuncia con cinismo se las cree, la pobreza no es una condición, es una maldición, cuando quienes pueden ayudar y evitarla trazando políticas sociales de contención a fin de reparar lo que ellos mismos han generado.
Si quienes ven estas colas no se conmueven y reflexionan pensando que no llegaron a la política para esto, son dignos de lástima, aunque tal vez su ceguera política no les permiten verlas, tiñendo de rosa esta vergüenza cotidiana.