A eso hemos llegado
Ya pasó a la historia la célebre frase «no llego a fin de mes» en alusión a que los sueldos no alcanzan y que en los últimos días del mes eran muchos, muchísimos los vecinos que debían hacer milagros para «tirar» hasta el día de cobro.
Ahora eso ha cambiado, aunque para peor. Ahora están o estaban llegando a fin de mes, porque con sus tarjetas de crédito de las distintas empresas y también las de los supermercados, pagaban sus alimentos con dichas tarjetas y en algunos casos en tres pagos. A partir de allí el problema dejó de ser si el sueldo alcanza, para ser ¿cómo hago para pagar la tarjeta?. Eso sumado a que quienes por la imposibilidad de pagar abonaban el mínimo, los intereses por el monto financiado que superan el 100%, multiplicaban sus deudas hasta llegar a un cuello de botella en el que ingresaban e ingresan a la lista de morosos y …bueno, lo que viene no hace falta que lo detallemos.
A eso hemos llegado, quienes no llegan con su sueldo a fin de mes están condenados a padecer la angustia de afrontar un juicio de las empresas libradoras de las tarjetas y volver a encontrarse con el problema de no poder llegar a fin de mes con su sueldo y perder por embargos su auto, su casa u otros bienes.
Al escribir estas líneas pareciera que estamos recitando el réquiem por los que deja a un costado la política de exclusión ocasionada por el ajuste brutal de tarifas y el aumento de la inflación por la suba indis-criminada de los precios de los alimentos y de todos los artículos de primera necesidad. Resignarse a pensar que quienes trazan la política económica no tienen en cuenta a los más necesitados, sería catalogar de perversa dicha política lo que sería ya demasiado. Es para pensar que lo que ocurre es producto de la mala práxis de un equipo económico que ha hecho agua y anda a tientas desgranando frases como «lo peor ya pasó», «vamos por el buen camino», «las variables son positivas», «estamos remontando 70 años de equivocaciones», excusas y promesas que ya nadie cree y que parecen tener como norte las próximas elecciones.
Ya no queda demasiado tiempo, ni siquiera para pensar que el que venga, si es que viene otro, pueda solucionar semejante descalabro.
Tal vez un milagro, la llegada de un Mesías, o más palabras huecas y promesas vanas. Sin ser fatalistas pero si creyentes, nos refugiamos en una frase que, esperemos, sea salvadora: Que sea lo que Dios quiera.