El conocido vecino Carlitos Staricoff nos comenta una historia en la que El Oeste tuvo su protagonismo. Ocurrió 53 años atrás y en estos últimos días se escribió un nuevo capítulo.
Quienes han hecho el servicio militar pueden contar mil anécdotas vividas cuando tenían apenas 20 años, siendo en su mayoría jóvenes «tiernitos» que dejaban la adolescencia y el calor familiar para comenzar su vida «de hombres» sirviendo como soldados a la patria. Para algunos fue una experiencia enriquecedora, para otros una vida dura plena de sufrimientos y en algunos casos humillaciones, y para muchos una etapa de sus vidas inolvidable, en la que el compañerismo, los recuerdos, los sufrimientos comunes, las privaciones y el rigor de la disciplina militar los marcó a fuego. Pero lo que nadie de los que lo hicieron podrá olvidar, son las vivencias compartidas, en algunos casos convertidas en amistad que se prolongó a través de los años, y en otros en recuerdos y nostalgia por saber que habrá sido de el loco, de el santiagueño, de el pituco, de el rusito, de el nene de mamá, cada uno tenía una particularidad y un apodo, allí estaba todo a la vista.
LA BÚSQUEDA DE CARLITOS STARICOFF
Carlos Staricoff, un vecino de toda la vida, reconocido funcionario del municipio e hijo de una tradicional familia casarense, hizo a los 21 años el servicio militar en el Regimiento 21 de Las Lajas, en la provincia de Neuquén. Muchos recuerdos, en su mayoría gratos han enriquecido la vida de Carlitos, quien lo transmitió a su familia, que de tanto hablar de ese año bajo cero con el calor y la alegría de la juventud, terminó siendo partícipe de ese breve capítulo de su historia. Una historia vivida hace 53 años, con la
que Carlitos quiso reencontrarse intentando localizar a los compañeros de entonces.
Halló a varios de ellos, su corazón se comprimió de emoción y alegría, y sus stent -como él lo cuenta- se lo bancaron todo.
EL OESTE ESTABA PRESENTE
Nos cuenta Carlitos que la recordada vecina Nicolasa Aramendi le mandaba semana a semana los ejemplares de El Oeste, que él leía con avidez para enterarse allá, a más de 1000 km. de su querido Ca
rlos Casares de todo lo que acontecía, en especial la vida social, los chismes, el deporte y todo en general, porque según nos contaba leía hasta los avisos fúnebres. Y con él sus compañeros, que nada tenían que ver con Carlos Casares pero que de tanto leer El Oeste ya conocían a tal o a cual, e incluso recordaban los nombres de las chicas más agraciadas y la aventuras sentimentales de pueblo chico. «Ellos también esperaban que llegara El Oeste», nos dice Carlitos.
VINO EL PETISO GALLI
Días pasados, en realidad veintitantos días atrás otra vez el corazón de Carlitos demostró que está para una maratón. Su hija le preparó una sorpresa, luego de comunicarse con quien fuera uno de sus amigotes allá en La Lajas, el de la cama de al lado, el que se sabía El Oeste de memoria. Ricardo Gallí, el petiso, que con sus 73 años, domiciliado en Merlo, puso en marcha su Peugeot blanco y le dijo a su familia «me voy a verlo a Carlitos…». Gallí quedó en encontrarse con la hija de Staricoff en la plaza, ésta lo llevó a
su casa para darle una flor de sorpresa a su padre. Ambos se miraron, sus ojos brillaban y el petiso Galli le dijo: «Vengo a que me pague el asado que una vez, hace 53 años me prometió». Y es de imaginar la emoción del encuentro, los abrazos, el intercambio de saludos y las lágrimas. Cada uno fue recapitulando la historia de estos 53 últimos años, y de pronto el petiso Galli preguntó: «Todavía sale el diario El Oeste?». Las carcajadas fueron unánimes, le mostraron que sí, tenían El Oeste sobre la mesa.
Circunstancialmente un cronista de este medio se encontró con Carlitos Staricoff en la calle y éste le contó la historia, una historia íntima de un vecino que quisimos relatarla un poco con asombro, otro tanto con orgullo, pero conscientes, y eso es lo importante, que los medios sirven para eso, para que nadie e
sté tan lejos ni tan ausente de su lugar, para que nadie olvide a su gente, y para que muchos como el caso del petiso Galli, compartan ese vínculo y a través de los años recuerden y valoren aquello que a su amigo lo hacía tan feliz, el estar conectado y enterado de los acontecimientos de su pueblo.