Cual si fuera una tómbola barrial o el juego de la lotería, la política se ha convertido en algo parecido. Un show de aciertos y adivinanzas, cifras que se arrojan aquí y allá, pálpitos, lo que sea, nadie sabe nada ni puede predecir nada. Los políticos buscan el cartón lleno sin importarles la gente, menos sus votantes y aún menos el país. Negocian los cargos, su futuro, cambian figuritas, todo a espaldas de un pueblo que está jaqueado no sólo por la incertidumbre sino por los problemas económicos y la fábrica de pobres a la que han convertidoa nuestra Argentina. Y no se les mueve ni un pelo. Se acusan unos a otros sin saber o hacerse los distraídos que son ellos los responsables del caos en el que vivimos. Pero claro, nadie es culpable, lo es el otro, y así estamos.
El tema Massa fue una muestra, tan sólo una muestra de lo que hemos visto en otras muchas oportunidades. Con su indecisión, reuniones con sus exsocios de Alternativa Federal, sus coqueteos y cafés con A. Fernández, motivando un delirio periodístico que produjo programas de adivinanzas políticas ya que nadie sabía nada, suponían todo e ignoraban todo. Finalmente se llegó a una definición a conveniencia de partes y atrás quedaron los cabildeos, las suposiciones, y las intrigas, para dar comienzo ahora a una nueva etapa política que presagian «será la peor de los últimos tiempos», que estará preñada de golpes bajos, estrategias perversas con redes sociales y todo tipo de manejos turbios. Es de esperar que se equivoquen, que los políticos que supimos conseguir y que sufrimos, echen mano a las buenas artes y piensen en el pueblo que está padeciendo sus errores forzados y no forzados, pero errores al fin que nos han colocado al borde del precipicio. No nos empujen, por favor.