Recibimos una extensa nota firmada por el hijo de un casarense ya fallecido. Un hombre que hoy tiene 52 años y que vino ocasionalmente a nuestra ciudad con motivo de una fiesta familiar. Vive en Capital.
Lamentablemente no podemos transcribir su carta porque está impregnada de acotaciones familiares, pero su esencia nos muestra a un Casares que tal vez los casarenses no veamos. Recuerda las últimas visitas a esta ciudad cuando era niño y luego adolescente, en vida de su padre, y las compara con su reciente viaje y la recorrida que realizó por todo el ámbito de la ciudad y sus charlas con los vecinos. Está asombrado por el crecimiento, los nuevos edificios y la forma en que se ha extendido el radio urbano. «Antes solíamos ir a dar una vuelta en bicicleta y a las poquitas cuadras se nos terminaba el asfalto. Hoy parece no terminarse nunca, quintas a las que íbamos a cazar pájaros, hoy están en el radio urbano. A la ciudad se la ve pujante, muchas casas y chalets nuevos, autos modernos, gran tránsito, comercio importante, me parecía mentira ver a Casares así». Y luego se detenía en la gente, en los espacios públicos, en la plaza repleta de jóvenes, de familias enteras mateando y disfrutando del sol y el buen clima. «¡Cómo me gustaría vivir en Casares!», nos acota, y también nos cuenta de las cosas que recordaba de sus viajes de adolescente, el molino «Salvat», la torre de «aguas corrientes», el puente de la estación, algunos viejos comercios que aún perduran y otros que ya no están. «Visité el museo y quedé fascinado, pasé por una confitería céntrica y compartí un café con quienes fueron amigos de mi padre en la adolescencia. ¡Cómo los envidio, se veían distendidos, felices, discutían de fútbol y contaban cuentos. ¡No lo podía creer!. Uno de ellos recordando a mi padre le decía: «te acordás cuando con José le robamos a «Tote» Schteimberg una madeja de hilo para el barrilete y nos corrió una cuadra?. Cuando mi viejo se enteró me dio una patada en el culo y me mandó a devolverla».
En la nota recuerda los partidos de fútbol entre Huracán y Sportivo, a los cucuruchos de girasol, imágenes de un Casares que ya no se ven, pero que nuestro amigo enlaza con las nuevas y conforma un lugar ideal para vivir, soñar y ser feliz.
Tal vez los casarenses hayamos perdido la facultad de ver todo eso, ocupados probablemente en una modernidad que nunca nos es suficiente. El sabe que ya no podrá cazar pájaros en aquellas quintas a las que hoy lame el asfalto, ni remontar sus barriletes en la playita de la estación, pero sabe que el espíritu de todo aquello aún está presente, que la paz que aquí se vive aún es envidiable, por más que ya los tiempos son distintos, y que los males de las grandes ciudades nos visiten de tanto en tanto.
Tal vez sea el momento de mirar hacia adentro y disfrutar de lo que muchos ven y nosotros no. Que es lo que tenemos, y que tantos envidian.