El famoso periodista y escritor norteamericano Truman Capote (1924-1984), en el pináculo de su fama, a poco de haber presentado con espectacular éxito su novela «A sangre fría», quiso darse el gusto de organizar la fiesta más espectacular que se recuerde en la historia de los Estados Unidos, llamada «Black and White Ball» (Baile en Blanco y Negro), que hizo en honor de la famosa empresaria editorial Ka-tharine Graham. Tuvo lugar en el fastuoso hotel Plaza de Nueva York, los caballeros debían ir vestidos de etiqueta negro, máscara negra y las damas vestido de noche, negro o blanco, máscara blanca y abanico. En ese entonces el escritor dijo haber invertido 155 mil dólares para que todo fuera perfecto, lo que hoy en día podría costar 10 veces más. Entre los invitados se encontraban Frank Sinatra y su mujer Mia Farrow, Laurent Bacall, Sammy Davis jr., Andy Warhol, Tennessee Willians, Marlene Dietrich, Nelson Rockefeller, Henry Fonda, Greta Garbo, Oscar de la Renta, el Marajá de Jaipur, y los más altos funcionarios del gobierno del presidente Lyndon Johnson, entre muchas otras celebridades.
Y sin embargo la fiesta no tuvo ni el brillo, ni la diversión, ni la repercusión que se esperaba. Sinatra se fue a las 2 de la madrugada y muchos otros lo siguieron. De nada bastó el gasto, la pompa, el lujo y menos aún los famosos que asistieron. Algo falló…
Vaya este ejemplo para intentar demostrar que no siempre lo ostentoso y caro, lo espectacular, exclusivo y rutilante son sinónimos de éxito. Algo le faltó a la pretendida fiesta inolvidable de Truman Capote. Algo que no se consigue ni con dinero, ni con ideas fantásticas, y que tal vez lo logra la sencillez, la convocatoria popular, el toque de fantasía necesarios, y fundamentalmente la predisposición de «los invitados».
Algo que se logró en la XXII Fiesta Nacional del Girasol, tan lejos de ser la que más dinero invirtió, la que mejores espectáculos contrató, la que tuvo el mejor programa de festejos. Y sin embargo el éxito la tocó con su varita mágica, los vecinos y visitantes le dieron el marco impresionante de su presencia, y todo salió redondo, a pedir de boca como se dice, elevando al tope las pretenciones de sus organizadores.
No obstante quienes han descubierto esta módica forma de éxito y logrado que la expresión popular los acompañe, deben proponer en sucesivas realizaciones nuevas formas e ideas que les permitan repetir el rotundo logro obtenido, siempre apuntando a la convocatoria popular, haciendo realidad el eslogan que nunca debe modificarse: «La Fiesta de Todos».