Espantados, aterrados, más de una vez bajamos la cabeza y no queremos ver ni oir las notas, comentarios y reportajes relacionados a la ola de inseguridad que arroja diariamente decenas de muertos fruto de la violencia delictiva.
Es la inseguridad una de las principales preocupaciones de los ciudadanos, que no solo han perdido la tranquilidad y extreman cuidados y precauciones, sino que están entrando en estado de pánico rogando no ser una víctima más que engrose la escalofriante estadística de hechos delictivos, violentos y de trágico desenlace. Y lo que es mucho peor, ahora son los mismos vecinos los que pretendiendo hacer justicia por mano propia, hacen linchamientos, que no es otra cosas que prácticar la ley de la selva.
Pero también la crónica policial diaria muestra las decenas de víctimas de accidentes de tránsito, familias enteras que dejan su vida en las rutas y calles de la ciudad, algunos productos de la imprudencia, otros de la fatalidad, jóvenes que se di-vierten, familias que vaca-cionan, gente que trabaja, locos del volante, conductores alcoholizados, y la más amplia variedad de automovilistas y transportistas que tiñen las rutas con sangre.
No en vano desde hace ya muchos años esta publicación bautizó a la ruta 5 como «ruta maldita» en alusión a la interminable y trágica seguidilla de accidentes que enlutaban a familias hasta ayer felices, que disfruaban de la vida. Y tuvo que terminarse la ruta 50, una ansiada vía asfaltada que une pueblos vecinos, que no es ni ruta nacional, ni vía turística, ni es demasiado transitada, para que también la fatalidad la convierta en una trampa que ya lleva contabilizados decenas de muertos y centenas de heridos en accidentes de tránsito.
En nada contribuyen las rutas que están echas pedazos, tampoco sirven los reclamos de vecinos, piquetes, volanteadas y demostraciones de indignación porque pareciera que es más barata una muerte o cientos de muertes, que la reparación de un bache o el ensanche de un tramo de ruta. Y en realidad moneta-riamente, las vidas salen más baratas.
Días pasados dos muchachos jóvenes fallecieron en un accidene a pocos kilómetros de nuestra ciudad. Y seguramente escenas similares, se producirán en los próximos días. En la ruta maldita y en las tantas rutas de nuestro país que aportan su cuota de dolor, lágrimas e impotencia.
¿Hasta cuando seguirán postergándose obras que son fundamentales para reducir la cantidad de víctimas que a diario se producen?. Pero claro, cómo pedir la construcción de una autovía, si hace años que viven prometiendo una mísera rotonda y por una razón u otra la postergan.
Es como sentirse un tonto, cuando se pide lo más y resulta que no pueden lo menos.
La inseguridad es sin duda alguna la gran preocupación de los argentinos. Se hace poco, crece día a día pero al menos se implementan políticas para intentar revertirla. En cambio mueren 25 personas en accidentes de tránsito diariamente y nadie hace nada, la crónica periodística las refleja, pero el efecto es nulo, no hay políticas ni funcionarios que se comprometan, a la vera de la ruta abundan los mono-litos y las ofrendas. Vidas tronchadas en terribles accidentes que pudieron haberse evitado. Pero no quisieron y tampoco quieren. Una ruta cuesta mucho, las vidas son más baratas…