Años atrás en un enorme pasacalle colocado en la Avenida Atlántica de Río de Janeiro, se podía leer una frase que resumía la esencia de los brasileños y su situación actual. Dicho pasacalle decía: LOS BRASILEÑOS SOMOS ALEGRES, PERO NO SOMOS FELICES.
Finalizado el Mundial de Fútbol Brasil 2014, luego del excelente desempeñó del seleccionado argentino que nos llena de alegría y orgullo, no podemos decir que el resultado de la final nos puso felices. Muy por el contrario, la pérdida del campeonato habiendo tenido mayores oportunidades de gol y un penal claro que pudo haber sellado la suerte de Alemania, hace que debamos conformarnos con el segundo puesto, saboreando un ligero gusto amargo que nos privó la felicidad de demostrarle al mundo que en fútbol somos los mejores. Y por cierto que lo somos.
Este formidable campeonato jugado por Argentina ha demostrado hasta que punto un deporte nacional puede unirnos a los 40 millones en un mismo sentimiento y tras un mismo objetivo. Sin especulaciones ni ventajas, privilegiando por sobre todo la enseña nacional, con el orgullo de ser argentinos. ¿Por qué entonces no unirnos de la misma manera ante objetivos comunes para defendernos de todo aquello que atenta contra la paz social y la soberanía económica?.
Si nuestra esencia como la de los brasileños fuera la de ser alegres, no nos bastaría con eso, la búsqueda de la felicidad es esencial, no sólo para ganar la gloria en un deporte como el fútbol, sino también para disfrutar de un estado sublime que nos eleve como seres humanos, logrando una sociedad más justa e igualitaria.
Todos sabemos que el honroso segundo puesto obtenido en el fútbol es tan solo circunstancial, que en cada uno de nosotros la revancha está latente, que sólo el ser primeros nos dará la felicidad plena y total. Y a eso mismo tenemos que apostar como país. ¿Cómo?, unidos, trabajando en equipo, dejando de lado mezquindades, excusas y apetencias personales, políticas, corporativas y de todo tipo. La alegría es momentánea, la felicidad perdura.
Un paneo por las tribunas de los estadios en los cuales jugaba Argentina mostraba la imagen de miles y miles de compatriotas fundidos en un solo corazón, alentando a la selección argentina con fervor, admiración, lágrimas y amor. También en cada casa, en cada bar, en cada lugar donde había un televisor ocurría lo mismo. Venerar la camiseta es venerar al país, ¿No habrá llegado el momento de unirnos bajo los colores celeste y blanco, hacerle un gol a la desesperanza y que Argentina se consagre campeón?.