Podría atribuirse a problemas económicos o personales, también a la burocracia en bancos y oficinas que todo lo hace más complejo, o a la mala onda de muchos y falta de tolerancia de otros. Sea por la causa que fuere, es notable la agresividad que se observa en el tránsito urbano, en el que no están exentos los de a pie, que también tienen lo suyo.
A la menor maniobra sinuo-sa, en los cruces de calles, ante frenadas bruscas, el olvido en colocar la luz de giro y en cientos de situaciones habituales que se producen en el tránsito urbano, el insulto está a flor de labios. Lo profieren los hombres, también las mujeres, si el causante de una maniobra riesgosa es un hombre de edad le dicen «viejo de m…», si es una mujer «Andá a lavar los platos», o «loca, por qué no aprendés a manejar», si es un joven «p… de m.», y así por el estilo. La gente está mal, en los semáforos aturden a bocinazos cuando el de adelante no arrancó al encenderse la luz verde. Luego lo pasan e insultan, para que no se crea que le tocó bocina para saludarlo.
Pero llega el domingo, y todos esos apurados, mal llevados y pendencieros se convierten en paseantes de corso que a paso de hombre transitan por las calles de la ciudad, haciendo todo lo que no toleran en los días laborables. Incluso van tomando mata y hasta con facturas, se distraen, escuchan música, charlan y todo les va bien.
Tal vez algún psicólogo o avezado interprete de los comportamientos humanos pueda tener una explicación racional a lo que aquí relatamos. Que el mundo está loco ya lo dijo Discépolo hace una eternidad, tampoco es novedad que el tránsito está desquiciado, pero la agresividad, la mala onda, esa impaciencia incomprensible que exhiben los conductores y también los peatones, se está convirtiendo en una patología peligrosa que sería saludable revertir.