La vida como un brioso potro, nos lleva por el sendero, primero, al comienzo del recorrido, con galope alegre y saltarín, mostrando las energías del tramo inicial, luego con el galope tendido, rendidor y casi incansable, de nuestra juventud, donde vuelan con él nuestros sueños y esperanzas. Con el pasar de los años, el galope se va volviendo trote, tranquilo y cuidador de energías, para terminar siendo una marcha de a paso, lento pero por lo seguro, con la mirada en el horizonte y el corazón en el tiempo transcurrido . Y el hombre, para dominar esos escarceos, se transforma en jinete. Y hay muchos que como Jorge Oscar San Juan, demostraron que en la vida y como profesión, además, han sido jinetes de los mejores.
Y como dijo alguna vez Atahualpa Yupanqui en su Recuerdo del Portezuelo “en un marchar parejo de no cansarse, me iba pidiendo rienda mi luna parda”, desde el stud de Don Sinforiano, que luego le diera su nombre al cariño del hijo por los pura sangre, Jorge Oscar San Juan comenzó a mostrar sus dotes de jinete y jockey, con ese galope alegre y saltarín de los primeros años, que se volvió de pronto galope tendido, saboreando las mieles del triunfo en muchos días de victoriosa contienda, para volverse galope manso, cuando como cuidador de parejeros de cuadreras y de carreras en los más importantes hipódromos del país, Jorge San Juan llevó el nombre querido de Don Sinforiano al tope de las pizarras en muchas jornadas triunfales.
Pero el potro de la vida, entregado mansamente a las condiciones de quien lo jineteaba con maestría, con donaire y sapiencia le dio muchas alegrías. Casado con Stella Hernando, su compañera de toda la vida, formaron un hogar que fuera bendecido por Dios con la presencia de Ramiro y Manuela, sus hijos, que pusieron el calor y color del sol en su vida. Padre y esposo amoroso y respetuoso, aquel Jorge amigo de los amigos, de mano generosa abierta al favor y al cariño, de pecho comprensivo y dispuesto a brindar la calidez de su apoyo, fue dejando de ser jinete de briosos corceles para ser, esposo, padre, amigo, compañero. Y comerciante de sueños y esperanzas compartidas transcurrió sus años en un marchar parejo de no cansarse, pero sin escatimar esfuerzos a la dura lucha por la vida. Y aquí también supo demostrar Jorge Oscar San Juan, que fue jinete de los mejores.
Una dolencia física fue minando sus fuerzas de jinete bravío y como una llama del fuego de la existencia, fue apagando de a poco su hermosa vida. Cuando fuera trasladado a la ciudad de La Plata, en busca de la mano de la ciencia en lugares con más elementos, el sábado 21 de abril, se marchó para siempre de la vida terrenal y física, porque ese puñado de hermosos recuerdos que nos dejara como preciada herencia lo ha de sobrevivir por siempre.
Solo 73 años lo vieron andar por este valle de lágrimas, como dicen muchos, pero nos dejó el ejemplo imperecedero de su marchar parejo, como dijo Atahualpa, y hoy, en la hora de la despedida, de mi corazón nacen estas palabras, para el que muchas veces me dijera hermano:
Un aciago día, ese cruel destino fue poniendo piedras en su camino, cuando aún el sol de la tarde alumbraba a pico, sobre su andar seguro, sin estropicios, sin apuros y urgencias del oprimido. Y sus años aún jóvenes sintieron frío porque el sol de su salud, oscurecido, comenzaba a marcharse hacia el olvido y el potro de la existencia perdió sus bríos y comenzó a dejarnos aquel amigo. Como duelen los adioses, ay, mi Dios mío, cuando se nos van yendo seres queridos.
J. D. O.