Desde la revolución de mayo de 1810 hasta la sanción de la Constitución Nacional en l853, la inmigración no había sido significativa. Amplios territorios con baja densidad de población a excepción de algunas ciudades, daban la impronta a un país ávido de mano de obra para ser explotado con un sentido productivo.
Pero ya en la Carta Magna se establecía en su preámbulo “…y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino—-“.
Más de veinte años debieron pasar para ser sancionada la Ley de Inmigración y Colonización durante la presidencia de Nicolás Avellaneda ( 1876 ). Producida la conquista de territorios de los pueblos originarios, quedó el camino allanado para la llegada de inmigrantes, pues la vastedad de la oferta y la fertilidad de los mismos, así lo ameritaban, tal cual lo había dicho el Coronel Juan Czetz, cuando diseñara la línea de frontera.
Todos los gobiernos posteriores a l853 se dedicaron a fomentar la inmigración, pero esta se masifica después de la sanción de la Ley de Avellaneda. No obstante ello, según lo dice el historiador José Panettieri en su obra Inmigraciòn en Argentina ( ed. Macchi 1970 ), una cosa era la inmigración y otra la colonización.
En l869, durante la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento se realiza el Primer Censo Nacional que acusa una población cercana a 1.900.000 habitantes ( sin contar los territorios ocupados por los pueblos originarios ). Tan solo veintitrés años después se llegó a un poco más del doble. Sin embargo, la gran mayoría de inmigrantes, principalmente italianos y españoles, se nuclean en los grandes centros urbanos.
¿Qué fue lo que sucedió? Sucedió que los sectores más privilegiados del poder político y económico, lejos de orientar al inmigrante a radicarse en zonas de producción agrícola-ganaderas, especularon con la tenencia de la tierra y obligaron a aquellos que llegaban allende los mares a sobrevivir de oficios en las grandes, cada vez más , ciudades portuarias, como Buenos Aires y en menor medida Rosario.
Paradójicamente, la población rural disminuyó de un 65,8 por ciento del total en l869 , a 57,2 por ciento en l895. Esto se debió, además, al migrante interno , al que solo se le ofrecía ser arrendatario o peón asalariado, en muchos casos por trueque; lo cual determina su desarraigo de nuestro campo y el consiguiente éxodo hacia centros urbanos. Esta situación se extendió también al inmigrante recién arribado al país, lo que derivó en superpo-blación urbana y gravísimos problemas habitacionales, laborales y de salud pública. Surge así como alternativa habitacional el con-ventillo. Pero la política terrateniente continuaba embarcada en una injusta e irracional tenencia de las propiedades rurales.
LOS CENTROS AGRICOLAS, O COMO BURLAR LA LEY
Los planos catastrales del actual partido de Carlos Casares efectuados entre1888 y 1900, son un reflejo de lo que sucedía en gran parte de la pampa húmeda. Así fue como amparados por las leyes de arrendamientos de tierras se crearon varios Centros Agrícolas, que lejos de realizar un proceso de colonización, fueron la cortina para especulaciones inmobiliarias y concentración de tierras en manos de terratenientes latifundistas.
Puntualmente, en el caso de Carlos Casares, según lo describe la Profesora Susana B. Sigwald Carioli en su libro “COLONIA MAURI-CIO, Génesis y desarrollo de un ideal “ (1991 ), sucedió lo descripto con los campos de los que pasaron a ser propietarios Wenceslao Castellanos que denominará a su propiedad Centro Agrícola La Media Luna, Julián Aguilar, concesionario de El Séptimo y Waldemar Laussen, Centro Agrícola Alice.
EL BARON MAURICIO HIRSCH Y LA “JEWISH COLONIZATION ASSOCIATION”
Descendiente de importantes capitalistas de origen judío, este alemán, propietario de ferrocarriles, decidió convertirse en un filántropo a partir de tomar conocimiento de la situación de sus hermanos de raza en la lejana Rusia de los zares.
Fue fundamental en su vida haber conocido al Dr. Wilhelm Loewenthal, médico bacteriólogo, que había tenido en nuestro país, una durísima experiencia con los inmigrantes judíos del vapor Wesser, abandonados en tierras inhóspitas y sin recursos. Por lo tanto Loewenthal se transformó en un gran guía para los fines de Mauricio Hirsch.