El destino, esa entelequia de la filosofía Aristotélica, sucesión de hechos y momentos un tanto ideales, un tanto inexplicables, pero que regulan y manejan los hilos de nuestra existencia, suele sorprendernos con acontecimientos, por lo general tristes y dolorosos, porque a los felices los recibimos como si vinieran por otros caminos y sendas. Ese destino que, de alguna manera tenemos que definirlo y asumirlo, nos va quitando nuestros afectos, se va llevando de nuestro lado a los seres queridos que se nos anticipan en su marcha hacia los celestes espacios donde moran los más queridos recuerdos. Y cada vez que alguien cercano a nuestros sentimientos nos abandona, culpamos al Destino de su ausencia… Y más si, como en el caso de referencia es algo sorprendente por tratarse de una persona joven, o relativamente joven, quien la protagoniza.
Con el dolor oprimiendo el costado izquierdo de mis sentimientos, como un puño de tristes silencios, apretando mi pecho, debo decirle adiós, o mejor dicho, hasta siempre, al muchacho que desde pequeño, se acercó a mis aprecios.
Alberto Horacio Dupero, y para siempre Duppy, como para ponerle sonidos de cariño al sonido de su nombre. Aquel chico que, como muchos, corrió tras una pelota de fútbol es su infancia y que alguna vez por ella, dibujó calquilla de colores sobre el pecho, en su juventud. Aquel nochero, enamorado de las estrellas y la música, que para aunarlas se hizo disc jokey, y cabalgó las nocheras reuniones de Aquelarre y Quijote, desde la cabina donde se acunaban los sonidos que acompañaban bailes y alegrías. Un día se casó con Claudia Ilardo, y en busca de nuevos horizontes se fue a la Capital Federal, donde nació su hijo Emmanuel y donde trabajó como Portero de edificio por varios años, hasta que, tal vez, la añoranza del terruño, la búsqueda del rencuentro con sus raíces afectivas o el Destino, ¿por qué no?, lo trajeron de nuevo a su Carlos Casares natal. Aquí se volvió a contactar con aquellos amigos nocheros de antaño, y con Killy Oroño, volvieron a reeditar algunas noches y reuniones de añoranza, de aquellos tiempos dorados de la juventud. Mientras tanto, el trabajo de Remisero que desempeñaba, era motivo para solventar los gastos de la supervivencia. Todo parecía marchar sobre rieles hasta que el destino, otra vez el maldito destino, inesperadamente, se presentó en su camino. Un tumor en el cerebro, lamentable y dolorosamen-te, fue el final. Rápidamente, en algo menos de un mes, a pesar de los esfuerzos de la ciencia, que en un acto desesperado para arrancarlo de las garras de la muerte, intentó, con una intervención quirúrgica realizada en Junín, el milagro de su permanencia entre nosotros, pero fue en vano. Y cuando llegaba la noche, espacio del día donde Alberto Horacio Dupero había reinado, se apagó su luminosa estrella y se volvió silencio. Moría el martes 24 de marzo, y con él se nos iba Duppy, un muchacho de pueblo que era todo corazón. El dolor provocado por su inesperada y sorprendente partida en sus familiares, amigos, vecinos y colegas, se vio reflejado en su velatorio e inhumación de sus restos en el Cementerio Municipal, el miércoles 25 a las 11 hs, previo responso religioso rezado en la Iglesia Nuestra Señora del Carmen.