Marchando por los recuerdos, caminos de oficio y arte, cuando se vuelve silencio el sonido para nombrarte, y mi palabra pañuelo agitado al saludarte, con dolor de mis adentros, digo adiós al último sastre.
El modernismo, la tecnología, la mecanización, y las modas, van dejando a nuestra sociedad sin profesiones y sus cultores, que fueron toda una tradición…como por ejemplo la del sastre, que según la definición del diccionario es la “persona que tiene por oficio cortar y coser prendas, principalmente de hombres, de acuerdo con las medidas de la persona para vestir”. Y uno recuerda, en rápido ejercicio de memoria, nombres emblemáticos de la profesión en nuestro medio, el Gringo Branchini, Guío y Chino Cruz, Adino Gasparini, Agustín López, Cacho Trappolini, Carlos Gravanago, el Negro Anidos, el Turco Ilardo, Santos Anito, Leopoldo Ramirez, Ezio Zuccotti, Negro Aguilar, Montes, Basillenco y tantos otros que escapan a nuestro recuerdo, pero que a través de los años vistieron a los elegantes de Carlos Casares…
Y junto a esos nombres, los de Salvador y Angel Scasserra, ganan espacios y mentas. Allá en la esquina de Alvear y José M. Paz, frente al actual Monumento a la Madre, hace muchos años, Salvador, el italiano que algún día sería Cónsul, comenzó con dedal y aguja a transitar caminos de tela y confección con su sastrería, donde su hermano menor Angel, a quien el cariño llamaría Ángelo, se desempeñaba de oficial. Después, de la vieja esquina, fueron por la Avda. Alvear, media cuadra hacia la San Martín. Y la imponente casona, fue domicilio y local y hasta también Consulado de la Italia tan lejana y nunca olvidada. Y, poetas de la aguja y el dedal, artesanos del vestir y la elegancia, fueron ganando un lugar en la preferencia de clientes y amigos. Y Angel, con su hablar con el hermoso acento del idioma del Dante, arrastrando los sonidos, se fue rodeando de un grupo de amigos, con los que compartía momentos y afectos. Un día Salvador, que se había casado y la vida lo había hecho papá, se marchó por los caminos donde va el llamado “viaje sin retorno”, su esposa e hija Natalia se fueron a la Capital y Ángelo se quedó solo, con la inmensa casona, la profesión y sus sueños. Y sus amigos, los Balarotto, Palacios, Cattaini, Ponsetti y otros, compartieron, en muchos casos, sueños, esperanzas y soledades. Pero no solo en la vida, sino también en la profesión, Angel Scasserra se fue encontrando solo, hasta el punto que era el último sastre que iba quedando. Y ya en el otoño de su vida, y cuando muchos de esos amigos también se fueron marchando, Ángelo, con la nostalgia en su mirada y la soledad como compañera, recorría las calles de nuestra ciudad recogiendo el cariño del saludo de muchos que lo veíamos pasar con la nostalgia dibujándonos mariposas de adiós en nuestras miradas…
El domingo 29 de marzo, Angel Scasserra, con sus 78 años a cuesta y, seguramente, la nostalgia de lejanas tierras mediterráneas de la Italia de su infancia, inició, con el corazón destrozado de distancias, el viaje postrero por la vida…
La carroza fúnebre lo llevó en silencio, con el silencio de la inmensa soledad, hasta el Cementerio Municipal, donde Dios, no tengo dudas, lo esperaba con el calor que tal vez le faltó en su partida y muchas lágrimas de dolor que surcaron rostros apenados, fueron las flores que lo acompañaron en ese recorrido final.
Se nos estaba marchando el último sastre… Dios guíe su andar por los espacios del cielo.
J.D.O.