Parodiando al célebre tango, música de Astor Piazzola y letra de Horacio Ferrer, debemos aceptar que las vereditas de Carlos Casares tienen ese que se yo, ¿viste?… Claro que ese «que se yo», no tiene ni poesía, ni locos, ni fantasmas, ni lo semáforos luces celestes, ni el frutero de la esquina te tira azahares…
Las vereditas de Carlos Casares son imposibles de transitar, ninguna nivelada, todas deshechas, con pozos aún de la época del gas natural, sin baldosas muchas, con montículos ocasionados por las raíces de los árboles, y la desidia de los frentistas.
¿Viste?, y hace años que siguen igual, la gente tropieza, los de mucha edad han sufrido caídas y lesiones importantes, y nadie hace nada. Porque al final, nadie sabe quien es el patrón de la vereda, el dueño de ese tramo que transitan todos, el responsable de mantenerla en condiciones, aunque quienes la rompan sean los otros.
Terminaremos cayendo en el mismo lugar de siempre…
Debe ser la comuna la que dicte normas que obliguen a los frentistas a mantenerlas, así como también la comuna debe ocuparse de repararlas cuando alguna obra las daña. Todo es muy simple, pero el verdadero «patrón de la vereda» es aquel que la «compra» pegándose un porrazo al tropezar con una baldosa salida, con un pozo, o una raíz fuera de tierra.
Seamos prolijos como seguramente en el interior de nuestras viviendas, mantengamos las veredas en buen estado, sin obstáculos que las hagan intransitables.
Y la comuna debe hacer el trabajo sucio, detectar aquellas veredas en malas condiciones, advertir a los frentistas, exigir su reparación y aplicar correctivos, si -paradójicamente- no entran en vereda.
Y aquellas que correspondan a frentistas que no están en condiciones de costear su reparación, hacerse cargo de la misma y cargarlo al debe de las cuentas municipales.
Casares está bien, pocas veces se lo ha visto tan ordenado y ¡lindo!, pero no por eso debemos dejar de reconocer que el tema de las veredas es una asignatura pendiente.