Pocas veces los casarenses podemos decir eso después de unas elecciones. Por lo general han quedado algunas heridas abiertas, acusaciones, sospechas, cargos que se han hecho los candidatos, algunos de mala leche, de los que no se vuelve. Pero esta vez no, todo fue muy civilizado, pacífico y equilibrado. Como debe ser en toda sociedad madura que transita los pasos de la democracia con cordura y sin fanatismos. Aunque si miramos hacia un lado y hacia otro de nuestros límites, nos encontraremos con verdaderos horrores, operaciones de todo tipo, descalificaciones, actos vergonzantes, opiniones sesgadas, la mala intención y el descrédito a cada paso. La vieja política.
En cambio para Casares el día después fue absolutamente normal, hubo un claro vencedor y un claro derrotado, pero recobró su ritmo habitual, la dinámica de todos los días, que está tan acelerada antes, como durante y después de las elecciones. Con un montón de proyectos por delante, algunos de gran magnitud, otros de menor factura, pero todos encaminados a avanzar cada día un poco más.
Cuando las cosas salen así, los tiempos de elecciones son buenos, los candidatos alumbran sus ideas, su sagacidad es mayor y sus ganas también. Los que gobiernan están obligados a no quedarse quietos, a tener las luces prendidas y a responder con realidades a los reclamos de los vecinos. El tiempo de las elecciones no es bueno cuando se engaña al ciudadano, cuando se busca el voto a través de la dádiva, cuando se mejora la vida del que la tiene mejor, y se usa al que la tiene peor mediante promesas que luego olvidan.
Como fue es lo ideal, y esperemos que lo siga siendo ya que falta todavía un acto eleccionario, acaso el más importante.
El resultado es incierto. Remedando a aquella canción de Rubén Blades, «Pedro Navaja» que dice: «la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida», todas las bolillas están en el bolillero, nada está dicho todavía, por eso es bueno que no haya habido agresiones ni imputaciones graves. Hubo fuegos de artificio tan solo, pirotecnia verbal que roza pero que no lastima, y que permite conservar la buena vecindad, el trato normal y el respeto mútuo. ¿Qué más se puede pedir».
Dentro de dos meses los candidatos deberán pintarse nuevamente la cara para la batalla final. Cabe esperar que ésta no sea cruenta, que nuevamente se imponga el buen criterio, y que sea cual fuere el resultado la marcha de Casares no se detenga.