No nos referiremos a la famosa película dirigida por Quentín Tarantino «Reser-voir Dogs», o Perros de la Calle como se la tituló aquí, sino a los verdaderos perros de la calle, a esa docena o tal vez veintena de perros que pululan todo el día por las calles céntricas de la ciudad ladrando a los autos y persiguiéndolos, y recorriendo los lugares de venta de comidas como restaurantes, bares y pizzerías a la espera de que algún comensal les arroje algo. Perros que en las veredas de esos comercios, por un poco de comida suelen trenzarse en encarnizadas peleas poniendo en riesgo a los chicos y grandes que ocupan las mesas.
A todo eso debe agre-gársele el enchastre que hacen con las bolsas de basura, desparramando todos los desperdicios en busca de comida.
Perros de la calle que generan, reacciones diversas, desde alguien que no se banca esa molestia y se retira, hasta la reacción de los propietarios de los locales, que acobardados por ese acoso que sufren los clientes por parte de los perros, los corren arrojándoles objetos y en algunos casos alcohol o agua caliente para ahuyentarlos. Una solución temporaria que no es solución, ya que se somete a ese animalito hambriento a un castigo injusto, provocando incluso reacciones de personas que aman a los animales y ven esos procedimientos como «bárbaros».
Demasiadas veces y con muy poco éxito nos hemos referido a este recurrente problema que parece no tener solución. Nuestros lectores nos demandan el comentario y la crítica, y más de una Sociedad Protectora de animales se ha crispado enviándonos duras misivas para condenar nuestros escritos por aquello de que «ellos no tienen la culpa».
Tal vez no haya que hablar de culpas sino de soluciones. A nadie se le ocurre matar a esos perros como alguna protectora insinuó cuando comentamos que «algo había que hacer con ellos», pero sí en cambio buscar la manera de recluirlos, sacarlos de la calle para evitar las molestias que detallamos.