La vida es una mezcla de situaciones, de pensamientos, razonamientos, de energías, sentimientos, emociones, etc. Las emociones habitualmente dominan nuestras decisiones. Tomamos determinado camino porque esto me hace sentir bien o no.
Existen muchas decisiones que son conscientes y otras que no. Reaccionamos al entorno porque en algún momento nos programamos con determinados modos de actuar que nos funcionaron. De esta manera existen varias emociones que condicionan nuestro comportamiento, el amor, la felicidad, la apatía, el rencor, la bondad, etc. Una de las más fuertes es el enojo. Cuando nos enojamos somos capaces de herir a las personas que amamos. Podemos agredir físicamente en un partido de futbol, tirarle el auto encima a otro conductor que no nos dio paso, gritarle a la persona que se coló en la fila, empujar al que me hizo tirar la bebida en el boliche, agarrar de los pelos a la yegua que se metió con mi novio, asesinar a quien nos fue infiel… no importa el estímulo que nos haga reaccionar, lo importante es el resultado de la respuesta que damos. La emoción, el enojo, no es malo en sí mismo. Lo peligroso es el resultado, dónde nos lleva, que es lo que hacemos cuando ese enojo domina la acción. Para poder trabajar en ese resultado hay que entender la emoción, saber el origen y como funciona. Entonces, ¿por qué nos enojamos?
Creo que hay dos razones que definen el origen del enojo, una superficial y otra más profunda. La superficial, es la ofensa o situación que me molesta. Vean los ejemplos anteriores y se van a dar cuenta que siempre hay un detonante, un estímulo que despierta ese enojo y resulta en una reacción muchas veces exagerada (aunque justifiquemos ese modo de actuar). La realidad es que no podemos evitar las ofensas ni las situaciones molestas. Por más que huyamos, siempre hay algo que no nos gusta del mundo. Esto nos lleva al segundo origen del enojo, el más profundo. Es nuestra sensación de control y seguridad. Queremos sentirnos seguros y mantener todo bajo control, eso es excelente. Queremos que las cosas salgan como nosotros queremos, que la gente nos trate como reyes cuando ni siquiera nosotros dejamos cruzar al peatón. Queremos que nuestro equipo gane a toda costa, aún con un gol hecho con la mano. El control inflexible es la causa de la reacción desmedida.
Existen herramientas que son muy eficaces en el manejo del enojo (o en su grado más agudo la ira). Es importante entender que requiere de un trabajo integral que, más allá de trabajar en el enojo, estamos reprogramando todas nuestras emociones. Las herramientas que voy a compartir son simples y sencillas. No nos consumen mucho tiempo pero, como toda decisión de cambio, es necesario que nos involucremos y seamos responsables.
Primero, tenemos que tener en cuenta que somos dueños de nuestras vidas, por lo tanto, somos dueños de nuestras reacciones. Tener en cuenta esto es sumamente importante porque nos hace responsables y nos dá la autoridad para tomar las decisiones. Ser dueño de mi vida no implica pensar “hago lo que quiero”, aunque eso es verdad, es más adecuado considerar “yo hago lo que está bien”. Lo que está bien para mí y para los demás. Para mi familia y para mi barrio. Para mi ciudad y para mi país. Para el mundo y para la naturaleza. Y esto implica estar bien con uno mismo. Que el enojo no tome las riendas sino YO como dueño y responsable de mis acciones.
En segundo lugar, tener siempre en cuenta que la realidad está en constante cambio. Nada, absolutamente nada, es estable. Heráclito, un filósofo griego, sostenía que si miras un rio y fijas la vista en el agua vas a ver que está en movimiento. La gota de agua de hace un minuto no es la misma que estás observando ahora, pero sin dudas es el mismo rio. Con las personas sucede lo mismo, y ustedes no son los mismos que comenzaron a leer este artículo. Yo no soy el mismo desde que lo escribí. Entonces, no tenemos el control de las cosas, de las personas, del mundo. Todo está en movimiento, en constante cambio. Si nos endurecemos y nos aferramos a lo pasado, la fricción del cambio nos hace sufrir. Si somos flexibles a readaptarnos, esa tensión por lo nuevo es mínima y evita el dolor.
Por último, existen determinadas acciones físicas que impactan directamente en nuestros estados de ánimo. Me gustaría nombrarles tres de ellas.
-Sonreír. La sonrisa, intencional o no, libera las hormonas llamadas de la felicidad. Aún hacer una mueca, o sonreír a “la fuerza”, hace que liberemos al menos siete hormonas asociadas al sentirse bien. Según estudios, hacer una mueca de la sonrisa ejecuta en el cerebro un proceso bioquímico donde se combinan al menos siete hormonas, como la oxitocina, dopamina, serotonina, endorfina y prolactina. Pero somos incrédulos y pensemos en la experiencia. ¿Nunca estuvieron tristes y alguien los hace reír? y ¿se siente un poco mejor, verdad? No hay nada que perder con tratar de sonreír, además la sonrisa es uno de los accesorios de belleza más lindos y naturales que existen. Sonrían y verán.
-Respirar. Cada vez que nos enojamos cambiamos la respiración. Se transforma en más corta y superficial. Con otras emociones pasa lo mismo. Cuando estamos tristes necesitamos de los suspiros. Cuando lloramos tomamos respiraciones pequeñas con los hombros levantados. Ahora, desde la respiración podemos trasformar nuestro estado de ánimo. Tomarnos cinco minutos diarios, con la espalda derecha, los ojos cerrados. Hacer series cortas de tres respiraciones profundas, mantener unos segundos e inhalar suavemente calma nuestra mente, equilibra nuestras emociones. Existen varios ejercicios respiratorios que son herramientas muy eficaces en la vida diaria, quien esté interesado en conocerlos en la web se pueden encontrar con el nombre de “Pranayama”.
-Ejercitar. Así como la sonrisa libera hormonas de la felicidad, el ejercicio físico también colabora. Realizar una actividad aeróbica por más de treinta minutos nos hace sentir alegres, bien, tranquilos, nos aleja de la ansiedad, el dolor físico, nos hace sentir más saludables. Lamentablemente la vida actual es sedentaria y no ayuda, pero tomarnos unos minutos es invertir en calidad de vida.
Somos seres emocionales. Las emociones tienen un lugar importante en nuestras vidas, pero no son las encargadas de dirigir el camino. Podemos ver que la vida cambia, nos afecta, nos moldea, pero somos los dueños de decidir cuánto nos impactan esos cambios. Qué hacer con esos cambios es responsabilidad de cada uno. Crecer, estancarse. Caminar, parar. Todo reside en querer vivir plenamente o simplemente existir. Si queremos disfrutar la vida o sentirla como una condena. Si queremos ser dueños de la vida o menospreciarnos como víctimas de la situación. En cada uno de nosotros reside el poder de cambiar nuestra realidad, nuestra vida, nuestro entorno. ¿Qué vas a hacer? ¿Vale la pena enojarse?
Decidan vivir plenamente la vida.
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