Se les dice «la gente», son la clase media baja, la clase media, los pobres y aquellos que bajo la linea de pobreza confían en que en elgún momento algo o alguien cambiará sus vidas.
Ellos son los que formaban una verdadera columna humana en la plaza y la Avda. San Martín disfrutando de las atracciones y de todo lo que allí se veía con motivo de la Fiesta del Girasol. También los que ocupaban el 80% de las sillas frente al escenario, «la gente», y del otro lado los que «saben» de política, los que viven en un microclima y se retroalimentan de opiniones y especulaciones, en las que «la gente» pasa a segundo plano. Trazan estrategias, anotan en un pizarrón imaginario pálpitos, dirigen a los que participan de ese mismo microclima y por supuesto se equivocan. Los que votan son «la gente», que no intelectualiza nada, no persigue quimeras ni tiene ideas locas. Sino que ambiciona la simpleza de tener un pueblo en el que dé placer vivir, atendida su salud, ayudados en cuestiones de educación, estudios, viviendas, en fin, lo mínimo y necesario, y en el orden provincial y nacional quienes se ocupen de proporcionarles trabajo, sueldos y jubilaciones dignas, una mejor calidad de vida, estabilidad y seguridad.
«La gente», ¡cuánto mejor es decir el pueblo! cada vez se ata menos a las tradiciones de votar a los mismos partidos políticos, como tal vez supo hacerlo por muchas décadas. Ahora vota a personas, calibra a quien se ocupa, promete y cumple, ya no le importa tanto de que color es quien gobierna, sino de que madera está hecho, si sus objetivos son los de mejorar la vida de sus gobernados, o si por el contrario su afán es el de mejorar sus propias vidas.
Pobres de los que subestiman el poder de «la gente». De los que la usan para escalar y luego olvidar, de los que en lugar de mezclarse en la marea humana con olor a pueblo, prefieren la comodidad de un mullido sillón frente a un aparato de televisión.
Pero claro, para muchos lo aquí escrito quizás les sientan un tufo a populismo. Craso error, populismo es lo que han hecho gran parte de los políticos, darse cuenta de que «la gente» existe para las elecciones, pagar una garrafa, una factura de luz o regalar una chapa o un colchón. Historia antigua, los que piensen así se quedaron sin futuro. El poder hoy lo tiene «la gente».