En repetidas notas nos hemos hecho eco del fenómeno, si así puede llamársele, que se produce en la Iglesia local todos los miércoles, cuando el Padre Jony oficia la misa carismática. Un mundo de fieles que colman la parroquia, llegan embuidos de fe en búsqueda de la cura de sus males o la de sus familiares y amigos, y escuchan la palabra del sacerdote y su mensaje de amor y esperanza. Son momentos solemnes en los que los seres humanos allí presentes invocan la gracia de Dios a la espera de que su bondad divina mitigue sus males.
El Padre Jony, como bien lo ha aclarado, no es psíquico ni tiene poderes extrasensoriales, ni es capaz de curar, pero como partícipe del Movimiento Renovador Carismático postula la sanación por medio de la fe, habiendo aprendido ha manejar el don de orar por los enfermos.
Pero no todo se reduce a la misa de los miércoles, el jueves, desde muy temprano una verdadera legión de fieles se da cita en forma continua durante todo el día en la Casa Parroquial, siendo atendidos por el Padre Jony, quién en forma personal escucha sus problemas, atiende sus pedidos y ora por ellos. Sería ingenuo pensar que dichas personas, gran parte de ellas aquejadas de graves dolencias de salud, o en representación de seres queridos, no lo hacen con la fe de encontrar en las palabras y la bendición del Padre Jony una suerte de milagro que lleve luz a su desesperanza, encomendándose a Dios para que así sea, y no caer en el abismo de la resignación.
En la historia casarense y más precisamente en la de nuestra parroquia, es la primera vez que un sacerdote ejerce ese tipo de fenómeno, tan alejado de prácticas esotéricas, sin críticas que lo acusen de usar métodos inadecuados. Creen en él, lo escuchan, se refugian en el Espíritu Santo y suman esperanza tras la desesperanza.
El padre Jony llegó a la parroquia local por un hecho fortuito, ya que el sacerdote designado era otro, que por circunstancias que ya no vale la pena reiterar, el Obispo le hizo entrega de la parroquia de Ntra. Sra. del Carmen, hace de esto algo más de un año. Su llegada, tal vez providencial, marca un antes y un después, su condición y su impronta han logrado que la afluencia de fieles al templo parroquial se multiplique, en circunstancias en que la Iglesia Católica no estaba pasando por su mejor momento, absorbidos muchos de sus fieles por las distintas iglesias evangélicas instaladas en nuestro medio.