Desde el inicio de la humanidad el hombre se debate entre guerras, unas por ambición, otras religiosas, pocas por ideales, las más sin razón alguna que justifique muertes, desolación, saqueos y destrucción. La búsqueda de la riqueza, del poder, la grandeza y el sometimiento, han hecho del hombre un depredador, y aún lo sigue siendo, sometiendo al mundo a una constante inseguridad y angustia.
En este mundo que se presume moderno el hombre sigue dirimiendo sus diferencias echando mano al insulto, la descalificación, la bajeza y en muchos casos a la fuerza, lo que es absolutamente deplorable.
La política, esa «ciencia» que se presume una herramienta por la cual se puede mejorar la vida de las personas, termina siendo en algunos casos una fábrica nociva de enconos y rivalidades, en las que los políticos de distintos bandos se convierten en enemigos que quieren hacer valer sus razones por la vía del insulto, el agravio soez, la amenaza y el desafío a dirimir sus cuestiones por la fuerza.
Una mirada al panorama nacional nos muestra esta realidad, por cierto vergonzosa y denigrante de la política.
Nada es tan importante como para pretender acallar por la brutalidad de las palabras o de los puños la opinión o el pensamiento de una persona. Lamentablemente ese escenario indeseado y desagradable está sucediendo en nuestro medio con vecinos que nos merecen todo el respeto, pero que entienden a la política como un ámbito en el que hay que hacer valer las ideas como sea, y no comprenden que la devalúan y se devalúan, porque el ciudadano no quiere riñas de tablón, sino soluciones para sus propios problemas.
Creer que al otro porque piensa distinto hay que injuriarlo y a través de la ofensa causarle descrédito, es estar completamente equivocado. Es el diálogo el que debe privar en las cuestiones políticas, que como se sabe conllevan al entendimiento como única posibilidad de poder hacer las cosas y transitar por el camino de la cordura a fin de lograr los verdaderos postulados de la política.
Lo demás no suma, simplemente daña.