Hace pocos días en el programa radial de la mañana por FM Digital, comentábamos con su conductor Julio Miguel, el resonante caso de la joven Camila O’Gorman (18 años) que se enamoró del sacerdote Ladislao Gutiérrez (24 años) en la Buenos Aires de 1847, gobernada por Juan Manuel de Rosas. Este amor apasionado de una jovencita de la alta sociedad porteña con un cura, recibió la condena casi unánime del espectro político de la época, ya fueran fanáticos federales o conspícuos unitarios, muchos de estos en el destierro; ni que hablar de los conductores de una iglesia conservadora y retrógrada y sus pacatos seguidores avalando la decisión criminal del gobierno que hizo fusilar a los supuestos “pérjuros” y al niño que Camila tenía en su vientre.
Menos mal que no siempre “Todo tiempo pasado fue mejor” como dicen algunos, porque sino, Monseñor Fernando Bargalló, titular de Cáritas Latinoamericana estaría “al horno” o “a la fogata”, como le gustaba a los inquisidores. Las fotos publicadas por los medios obtenidas hace más de un año en playas exclusivas del pacífico mexicano, que muestran al obispo con una empresaria gastronómica del barrio de Belgrano, dan a entender a algún mal pensado que con “esa amiga de la infancia” había quedado alguna asignatura pendiente, quizás cuando “jugaban al doctor”. Su futuro eclesiástico es de mal pronóstico, en apariencia trasgredió las normas pero, quien le quita lo… bailado!, esperemos que no lo haya pagado con la recaudación de Cáritas.
Sea como sea, estos hechos nos demuestran que el celibato sacerdotal, para algunos católicos entre los que me incluyo, es como mínimo un anacronismo.
Mi opinión es que si la iglesia católica lleva más de 2.000 años de historia, es porque fue hábilmente conducida; pero esto no la exime de los grandes “pecados” cometidos como la persecución y muerte de los acusados de herejías por la inquisición, la complicidad en la masacre de los pueblos originarios, los negociados y especulaciones económicas en propiedades y metales preciosos o el silencio con los crímenes de la dictadura militar; ni tampoco de su falta de adaptación a costumbres culturales de la actualidad como el divorcio, el matrimonio igualitario o la identidad de género.
Que lástima semejante incoherencia, totalmente contradictoria con el mensaje de Jesús. Tal vez Camila y Ladislao, hace 165 años no hubiesen llegado a Puerto Vallarta, pero sí a Brasil, como se lo proponían, y habrían alfabetizado niños, como lo hicieron en su efímera clandestinidad en Goya, antes de ser capturados por culpa de un cura alcahuete; y podrían haber construído castillitos de arena con su pequeño hijo en las playas de Río de Janeiro.
Cuantos errores y horrores se hubiesen evitado si muchos de los que dicen llamarse cristianos fueran más cristianos.