Para justificar ciertas actitudes tendríamos que pensar que los problemas cotidianos afectan más de lo corriente a los vecinos, al punto de que estos descargan sus frustraciones con aquello que los rodea, dejando impresa una suerte de violencia contenida, cuyas víctimas pueden ser, por citar un ejemplo, el arbolado público, al que aprovechando la proximidad del tiempo de poda, cometen verdaderos asesinatos talando con motosierras añosas plantas, muchas de la cuales milagrosamente podrán sobrevivir.
Reza un dicho popular que la culpa no la tiene el chancho sino quien le da de comer. Es evidente que pese a existir normas concretas en vigencia que penalizan la destrucción del arbolado público, tildado como poda indiscriminada, las que no se aplican permitiendo que cada vecino haga lo que quiera con las plantas de su vereda, ya que difícilmente tenga algún tipo de sanción que obre a manera de correctivo.
No vamos a hacer una defensa del sistema ecológico y el conjunto de las relaciones e interacciones existentes entre los seres humanos y los demás seres vivos con su ambiente, porque seríamos redundantes en un tema conocido por todos. Simplemente pretendemos llamar a la reflexión a aquellos que no entienden, no les importa o desprecian la armonía que debe existir en este mundo para que la convivencia sea posible. ¿O acaso aquellos que plantaron las especies arbóreas que bordean nuestras calles y avenidas lo hicieron para que otros con visiones opuestas las destruyan?. No, lo hicieron por una absoluta necesidad. ¿Cómo concebir una ciudad sin árboles?, imposible prescindir de la sombra que proporcionan, como tampoco la producción de oxigeno que necesitan los seres vivos. Si neciamente los destruimos estamos ocasionando un daño ecológico irreparable.
Hagamos una poda coherente, o esperemos que la haga la comuna en tiempo y forma. De nada vale canalizar nuestro mal humor en destruir aquello que nos beneficia.
Aprendamos a convivir con nuestro medio ambiente y tratemos de hacerlo lo más agradable posible.