Una frase que de sonar exagerada pasó a formar parte de la dura realidad
Hay frases hechas que se usan para graficar determinadas circunstancias, que suelen ser exageradas pero que en momentos precisos dan una noción clara de la realidad.
El «no llego a fin de mes», es una de ellas, que tiene que ver con la estrechez de los sueldos que hace que quien pronuncia dicha frase deba hacer poco menos que milagros para poder satisfacer sus necesidades mínimas y las de su familia si la tuviera.
Sin embargo esta vez dicha frase en infinidad de casos es una palmaria definición de que quien la dice realmente no llega a fin de mes con su sueldo y se ve obligado a pedir adelantos en el lugar donde trabaja, o préstamos a familiares y amigos. La presión que ha recibido y reciben las clases pobres, media baja y media con el pavoroso aumento de las tarifas, la inflación galopante y la desproporción en lo que crece su sueldo respecto a lo que crece su consumo por el aumento diario y continuo, hace que esta vez la exageración se convierta en realidad, y sus bolsillos toquen fondo antes de llegar a fin de mes.
No se entiende como desde la franja política que apoya las decisiones de este gobierno justifican el ajuste y la mentirosa gradualidad, siendo que no caben dudas que ante tamaña desigualdad entre el incremento de los sueldos, los montos de las jubilaciones y pensiones, son millones los argentinos que no llegan a fin de mes, y se ven obligados a ajustar el cinturón, prescindir de comodidades básicas y resignarse a vivir cada vez peor.
Es imprescindible que se tome conciencia de esta realidad que agobia a un sector tan importante de nuestra comunidad, cuando otras franjas viven en la opulencia, con sueldos obscenos, privilegios de todo tipo y se dan el lujo de hablar de la década pasada y que hay que pagar el precio a tanto despilfarro. Y es probable que en mucho tengan razón, pero la caridad debe empezar por casa, quienes deben hacer el sacrificio son los que más tienen, los que llegan a fin de mes en la abundancia y sin problemas, no los que se desloman trabajando y que cuando encienden una luz o prenden una cocina, se angustian porque sienten la culpa de estar usando un servicio al que ya no tienen derecho.