El propietario de Estancia La Sarita falleció el sábado 30 de junio, cuando contaba con 85 años de edad.
Si el nombre de tus vecinos
tiene sonido a tu nombre,
seguro que tu destino
tiene destino de bronce…
La gloria le da a la vida
su nombre como jirones,
para que con palabra agradecida
cientos de bocas la nombre…
Las palabras de esos labios
parecen ser bendiciones…
Cuando al final de tu vida, porque así lo marca el destino, tu nombre lleva la villa donde tu también has vivido, hay un mensaje de gloria como meta del camino, donde los labios te nombran con agradecido sonido. Eres parte de sus sueños, eres sendero y recorrido, por donde van los anhelos de tus mismos vecinos, que pronuncian tu nombre con su propio desafío de esperanzas y deseos, un sueño que es compartido… Por eso tu villa tiene tu mismo nombre y sonido, porque su meta y anhelo tienen un mismo sentido, y si tu boca y su labio rezan el mismo credo unidos, es porque Dios los ha hecho marchar el mismo camino. Antiguo señor feudal, de corazón bendecido, protector y servicial, como todo buen amigo, que con letras de humildad su historia de vida ha escrito, lleva tu nombre la villa, tal vez por méritos recíprocos, y muchos hoy se preguntan quien es dueño del mismo, si tu con tus propiedades o, acaso, por antigüedad los vecinos…lo cierto es que por el nombre se encuentran todos unidos.
Don José Domingo Mazzone, hombre de pocas palabras pero de sentimiento luengo como legua de terreno, como decía un viejo indio que conocí en mi niñez, era el propietario de la Estancia “La Sarita”, ubicada en la cercanías de Centenario, justo en el llamado “Paraje La Sarita”, que a muchos nos queda la duda si el lugar se llama así por la estancia o el establecimiento rural debe su nombre al del Paraje. Pero sea de una u otra manera, ambos, estancia y paraje, tienen una historia en común, que en muchos de los senderos de la vida, tienen destinos muy cercanos. Don José Domingo, como respetuosos lo llamaban todos, de viudez temprana, vivió su vida con dedicación, con honradez y con la integridad de los humildes en el cuidado de sus hijos, José Domingo y María Rosa y en la atención y administración de sus tierras, haciéndolas producir y progresar para el bienestar familiar. Y, como ya dijimos, hombre de pocas palabras, tal vez las justas y necesarias, fue, sin proponérselo, emblema de su vecindad. La escuela, construida en terrenos que le supieron pertenecer, su establecimiento como referencia, por ubicación y nombre y la calidez de la mano extendida, hicieron que don José Domingo Mazzone fuera como un mojón marcador de caminos en la extensión rural. Ya en el recorrido final de su camino, como en el descanso del guerrero, se lo solía ver saboreando un café con gusto a nostalgia en la confitería del Gran Hotel, donde transcurrían su lentitud los últimos días de su vida, tal vez soñando con otros tiempos donde el sol tenía otro calor y color y con la música celestial de las voces de sus nietos Delfina y Juan José que le ponían sonidos de adios a su tiempo, el sábado 30 de junio, con 85 años de edad, dejaba este espacio terrenal para ingresar al celeste mundo de los recuerdos más queridos.
José Domingo Mazzone, hombre de pocas palabras pero de sentimientos amplios y felices para con sus amigos, de los que me enorgullecía de serlo, que Dios le de a su alma el merecido descanso eterno.