Muchachos, bajen un cambio…

No parecen soplar buenos vientos con miras a las próximas elecciones. Se percibe en los actores una suerte de virulencia en el ataque y la condena con intenciones claras de descalificar y demonizar al adversario. No es necesario nada de eso para bastardear más a la política de lo que está, no caigan en ese vicio malsano, máxime en una comunidad como la nuestra, en la que todos nos conocemos y de una u otra manera tenemos algo en común. Esta última frase no es nueva en esta sección, ya la hemos reproducido varias veces, vivimos en un pequeño pueblo, nos conocemos todos, hemos ido a las mismas escuelas, nuestros hijos son amigos, en fin, no hace falta explicar que somos una gran familia, que como toda familia puede tener sus diferencias, pero que de ninguna manera estas deben ser irreconciliables como para llevarnos al terreno del agravio verbal, las suposiciones aviesas o los fanatismos desmesurados que terminan en un camino sin retorno.

Faltan pocos días para que la efervescencia de la campaña agite los ánimos y afloren las diferencias políticas, pero ello no significa que los políticos deban ver en el que está en la vereda de enfrente como a un enemigo, cuando en realidad es alguien como ellos mismos que piensa distinto y al que hay que vencer con armas leales, mostrando proyectos unos, realidades otros, no con la injuria ni la sospecha, porque ante ese tipo de actitudes sólo puede esperarse la devolución, y se termina entrando en un escenario en el cual los espectadores, que son los vecinos, se avergüensen de sus representantes.

Muchachos, bajen un cambio. Hagan propuestas, debatan ideas, critiquen con altura y lleguen al electorado sin necesidad de apelar al golpe bajo o a acusaciones infames que luego no logran probar.

Les cabe a unos y a otros, porque la soberbia y la maledicencia no son oficialistas ni opositoras. Háganle honor a su condición de políticos, sean merecedores del lugar en el que los puso la comunidad.