EL RACISMO EN LATINOAMÉRICA
Cuando hablamos de racismo tendemos a asociarlos a los nazis durante los años previos y durante la Segunda Guerra Mundial, o al Apartheid de Sudáfrica previo a la presidencia de Nelson Mandela, o también al asesinato de Martín Luther King en EEUU. Y aunque muchos crean que eso es historia, estamos notando que hay un rebrote xenofóbico galopante.
La muestra más elocuente es el crecimiento de los partidos de extrema derecha de una Europa que se arroga la recuperación de la democracia de pos guerra y más aún, de pos caída del Muro de Berlín, pero padece ese recrudecimiento.
Pero si nos fijamos tan solo en nuestro continente, podemos afirmar que no es solo en EEUU donde se multiplican acciones racistas de la mano de gobernantes xenófobos, defensores de la raza blanca y cristiana. Al racismo lo tenemos en la mayor parte de Latinoamérica, salvo honrosas excepciones. Y Bolivia no la es.
Durante los trece años que presidió ese país el derrocado presidente Evo Morales se difundió desde el gobierno una política de integración y reconocimiento de los pueblos originarios nunca vista. Y no solo se lo hizo desde lo formal. La inclusión fue el reconocimiento hacia esos pueblos, mientras a la par se desarrollaban políticas económicas y culturales para sacarlos de la pobreza extrema.
La Wiphala
Ese reconocimiento incluyó el izamiento de la bandera de los pueblos originarios andinos llamada Wiphala junto a la bandera boliviana, y los monumentos de Tupac Catari y Bartolina Sissa a la par de los libertadores Simón Bolívar y José Sucre.
La Wiphala está formada por cuadrados a la manera de tablero de ajedrez y sus siete colores representan aspectos fundamentales de la base cultural de los pueblos aymaras y quechuas.
La irracionalidad del racismo
Ante la renuncia obligada y el posterior exilio del presidente Evo Morales, se desató una verdadera caza de brujas desde los sectores de la llamada región blanca que forman una media luna que incluye los departamentos de Santa Cruz de la Sierrra, Beni, Pando y Tarija contra los habitantes de El Alto, La Paz, Cochabamba y Potosí, mayoritariamente indígenas. La portación de cara e indumentaria se convirtió en el pasaporte a la persecución, la tortura, la quema de viviendas y en muchos casos la muerte.
Pero no conforme con eso, los seguidores de Camacho sacaron la Wiphala y la quemaron. Como contrapartida, el símbolo que portaron fue la biblia.
La sociedad de la biblia y el litio
Esta actitud tan anacrónica y descabellada nos retrotrajo 500 años cuando el cura Valverde, por orden de Francisco Pizarro le acercó una biblia a Atahualpa para obligarlo a partir de allí a creer en una nueva religión, simplemente por imposición, generando la reacción violenta del cacique. Ese fue el justificativo para tomarlo prisionero, pedir un rescate de oro y plata que llenara una habitación, y una vez logrado, traicionar la promesa de liberarlo y por el contrario, asesinarlo.
Parafraseando a Hegel y Marx, “la historia se repite, como tragedia y luego como farsa (comedia)” y esto es lo que está sucediendo en Bolivia donde Luis Camacho, disfrazado de Pizarro, portó una Biblia para someter nuevamente a los pueblos originarios, quechuas y aymaras.
Pero esta vez no vienen por el oro y la plata, vienen por el litio, el gas y el hierro, que no pertenecen a ninguna empresa privada sino al suelo de los bolivianos.
Así como los cargamentos de oro y plata peruanos alimentaron el incipiente capitalismo europeo del siglo XVI, el gas, el hierro y el litio alimentarán a partir de ahora los grandes negociados de los empresarios cruceños, especialmente con sus amos del norte, léase Trump, los mismos que orquestaron este Golpe contra Evo Morales y que por algo festejaron tan rápido su forzada renuncia.
Prof Daniel Lombardo (UNLP)