“Tu corazón que tanto dio, dijo basta, pero tu recuerdo será imborrable para nuestra comunidad”
A pueblos como el nuestro ha llegado gente de muchos lados para sumarse a los locales que decidieron no emigrar nunca. En los cuarenta años que llevo viviendo en esta bendita ciudad del rico interior bonaerense, pues yo también soy un inmigrante interno, he conocido grandes personas y otras también, pero la dimensión social del matrimonio Mayola, excede la de cualquiera, a mi criterio y sin ánimo de ofender a nadie.
La bondad, la solidaridad, el compromiso institucional, la educación, la filantropía, son la esencia de esta familia que se arraigó hace muchos años y que no han parado de generar actividades dignísimas para beneficio de todos.
Cuando los hijos de Pedro y de Mónica comenzaron sus estudios en el ex Colegio Nacional, el matrimonio Mayola venía de colaborar de manera sumamente comprometida con el Jardín 906.
En aquel momento, a comienzos de los 2000, quien hace esta crónica era vicedirector y luego director del secundario de la institución. Así comencé una fluida relación con Pedro y Mónica, pues se habían incorporado a la comisión Cooperadora en un difícil momento institucional, tanto en lo económico como en lo pedagógico.
Nunca voy a olvidar sus palabras, junto a las de Walter, pues el actual intendente era el presidente de aquella comisión cooperadora, cuando me dijeron que me concentrara en las cuestiones pedagógicas pues ellos se iban a encargar de lo económico.
Y así fue, el crecimiento institucional fue exponencial hasta el día que decidí jubilarme, hace nueve años .
La presencia de Mónica era constante para dar una mano en lo que fuera, porque además tenía la virtud de manejar las ciencias duras y preparar alumnos, no solo para el nivel secundario, sino también universitario.
Su compromiso y el de su compañero no tenían límites. Eran el motor del crecimiento edilicio y grandes colaboradores en muchos de los logros educativos de la institución.
Por eso, cuando ayer recibí la desgarrante noticia de la muerte inesperada de Mónica, me invadió una tremenda desazón y el recuerdo maravilloso de haber compartido diez años con ellos, para que la escuela donde estudiaron y estudian sus hijos sea un faro en la enseñanza casarense y regional habida cuenta de tantos éxitos.
A partir de hoy, en el edificio del colegio, la imagen de Mónica trepará por las paredes de la mano de Pedro, su gran compañero y de sus hijos para decir “no me olviden nunca”
Así será, ni el Nacio ni otras instituciones, ni la comunidad casarense, olvidarán jamás a este ejemplo de mujer y de ciudadana.
Hasta siempre, Mónica
Escribe: Daniel Lombardo