La historia del hombre Lobo de Carlos Casares
El historiador marplatense Fernando Soto Roland presentó en la Biblioteca Nacional su libro que rescata una historia increíble. En este adelanto, el comienzo dela investigación y el encuentro con un sospechoso.
Por Fernando Soto Roland
Raphael Testa, sospechado de ser el Lobizón, con sus siete hijos.
El año 1973 resultó especialmente complicado para la Argentina. Fue una época que mezcló fracasos y esperanzas, violencia política, crisis económica y desencanto. La guerrilla urbana, los atentados y el autoritarismo de la dictadura militar, que gobernaba al país desde 1966, eran parte de la vida cotidiana desde hacía mucho tiempo y prosperaban en el marco de la proscripción del peronismo, la censura y las prohibiciones decretadas desde el poder de facto. Sólo la prometida apertura democrática, anunciada para el tercer mes de ese año, y el regreso —tras un largo exilio— del derrocado ex presidente Juan Domingo Perón, auguraban una nueva etapa de libertad y regularización institucional.
Inmersa en ese contexto general, a principios de los ’70 la ciudad de Carlos Casares —en el centro de la provincia de Buenos Aires y a 317 kilómetros de la Capital Federal— tuvo que soportar, además, una de las peores inundaciones de su historia, con la consiguiente pérdida de cosechas y centenares de cabezas de ganado, barrios anegados y decenas de casas abandonadas como consecuencia del avance del agua. La angustia se palpaba por doquier. Familias enteras debieron dejar sus hogares y mudarse tempora-riamente buscando refugio, incluso, en los vagones del ferrocarril.
El agua no bajaba. Y si lo hacía por momentos era de manera muy lenta. El pueblo estaba irreconocible.
Hacia el fin del verano, en plenas elecciones nacionales, provinciales y municipales, una extraña criatura que parecía desprendida de las pesadillas colectivas, empezó a deambular por los barrios más alejados del centro, más allá de las vías. Un ser del que, casi cincuenta años después, no hay vecino que no recuerde con cierto diluido horror, sentido del humor y nostalgia por la inocencia perdida.
Lo llamaron el Lobizón.
Por espacio de casi veinte días asedió al pueblo, desencadenando un fenómeno social que parecía haber metido a sus habitantes en una película de terror.
La noticia del lobizón había empezado a circular más allá de Casares. En Pehuajó se hablaba de la bestia y lo mismo ocurrió en Bolívar, la ciudad donde yo vivía. De boca en boca el rumor se extendió. Así la historia llegó a mis oídos. Hasta que algo me marcó para siempre, sumiéndome en un terror-pánico que perduró a lo largo de varios días. Un miedo inenarrable que me obligaba por las noches a taparme hasta la cabeza con sábanas y frazadas, aguantándome el calor y la falta de aire. Una tarde en que estuve de visita en la casa de un amigo de la infancia, cuando su padre regresó de un viaje de trabajo de Carlos Casares, le pregunté si era cierta la historia del lobizón. Sacó un diario que había comprado en aquella localidad y, extendiéndolo ante mis ojos, me dio una respuesta que me heló el corazón: “Claro que es verdad”.