La noticia de su fallecimiento conmovió a la población, sus exequias fueron una cabal demostración de los afectos que supo cosechar en su fructífera existencia. Con verdadero tino y el apoyo de todos los vecinos se decidió que sus restos ocupen un lugar en el santuario o capilla del cementerio municipal, en el lugar donde los fieles católicos rezan por la eterna paz de sus muertos. Y se pensó que ese era el mejor lugar, talvez el que él mismo hubiera elegido, como cuando eligió el hospital. Cientos y cientos de visitantes dejaban flores, también otros testimonios y rezaban por su eterno descanso.
Algo que ya no podrán hacer más, porque la iglesia ha resuelto ajustándose a mandatos del derecho canónico, disponer que los restos del padre Martínez vayan a tierra. Sin una comunicación, sin una consulta, de hoy a mañana, como si la pertenencia de sus restos no le correspondiera también a la comunidad. La noticia, publicada en nuestro medio, cayó como un balde de agua fría en gran parte de los fieles católicos, muchos de los cuales sin entrar a discutir la validez de la decisión, sostenían y sostienen que en el mismo Vaticano tienen su sepultura Papas cuyos restos están a la vista, circunstancia que se repite con religiosos en iglesias y mausoleos en todo el mundo.
No es lo mismo esté donde esté, y aún si lo fuera hubiera merecido que la decisión fuera explicada y por qué no consensuada con la grey católica local.
Otros son los tiempos, por lo menos para nosotros, los mortales. La atemporalidad de la iglesia pareciera eximirla de participar a los fieles de sus decisiones, pero sin embargo sus dignatarios ponen sus pies sobre la tierra para opinar sobre la realidad, sea nacional o internacional. A los casarenses nos hubiera gustado opinar sobre el destino de los restos del padre Martínez. Su pertenencia, lo repetimos, puede ser discutida. Y quienes interpretan el Derecho Canónico seguramente deben saber de excepciones.