La extinción o decadencia de los pueblos del interior de nuestro partido, es acaso como una contradicción, una obra del progreso.
100 años acaba de cumplir la pequeña localidad de Mauricio Hirsch, y al decir pequeña la evaluamos desde la óptica actual, cuando en realidad fue un pueblo progresista, con casi 3 mil habitantes, un comercio floreciente y las necesidades de sus pobladores cubiertas. En suma: una mini ciudad de campo que presagiaba un crecimiento aún mayor, alentando las mejores expectativas.
Pero vino el progreso, si así puede decirse, y con él el éxodo en búsqueda de otras comodidades, de mayores oportunidades, estudio para los hijos, la vida más mundana, trabajo para quienes no estaban dispuestos al sacrificio que impone al actividad agrícola, y el cierre del ferrocarril, acaso la frutilla del postre que apuró la sentencia y marcó, inexorable, el camino hacia la extinción.
Serán pocos todos los esfuerzos que se hagan para atender a los estoicos pobladores de los pueblos del interior que han decidido darle batalla a la realidad. Ellos son la resistencia, los que han resuelto levantar cada ilusión caída, cada sueño perdido, y mirar hacia adelante confiando en que en algún momento todo cambiará.
Fechas trascendentales como la conmemoración del centenario de nuestros pueblos, sorprenden a sus pobladores empeñados en lograr el retorno, aunque sea por unos días, de hijos dilectos que construyeron aquel presente pero que luego alzaron sus alas en búsqueda de un porvenir que en el poblado natal no venía…
El reencuentro como todos los reencuentros estuvo poblado de nostalgias, regado por ríos de lágrimas, porque volver a pisar la tierra en la que uno nació, recorrer las aulas de la escuelita, pasear por sus calles polvorientas en las que jugaban en los años de la niñez, hace tanto ruido en el corazón, que parece imposible de soportar.
La bulla del festejo, como los segundos que preceden a una explosión, dan paso a un silencio que puede cortarse con el filo de un cuchillo. Mauricio Hirsch retornará a su calma habitual, sus pobladores por muchos días recordarán las emociones vividas, la alegría del reencuentro, las sorpresas de los años, y la satisfacción de seguir siendo los dueños de casa. Pobladores de un pueblo centenario que no se rinden, aunque el progreso intente empujarlos todos los días un poco.