Ha llegado el momento en que el periodismo, sea escrito, radial o televisivo ponga y se imponga límites a su función, especialmente en aquellos casos de gran repercusión nacional que encierran tragedias brutales, tal el caso del asesinato de la joven estudiante Ángeles Rawson en Capital Federal.
No se puede concebir tanta falta de profesionalidad, tanta truculencia mentirosa en el tratamiento de un caso tan sensible a la opinión pública. Ha sido tal el manoseo de versiones antojadizas, conclusiones inverosímiles, opiniones de expertos de utilería, e interpretaciones fantasiosas, que llegó un momento en que se estaba tratando el caso en dos o tres canales de televisión, y en cada uno se analizaban versiones distintas. Que fue violada, que no fue violada, que el padrastro estaba detenido, se analizaban los riesgos de una familia ensamblada, criticaban al que hablaba mucho como al que se llamó a silencio, y cuando el portero se incriminó le llegó el turno a los psicoanalistas y psiquiatras, los que llegaban a conclusiones kaf-keanas, analizándolo todo sin conocer el expediente, como si trataran a un paciente por Internet.
Una vergüenza que como periodistas debe avergonzarnos. El tratamiento de una noticia de ese calibre y con una jovencita adolescente de 16 años como víctima, merece mayor seriedad y templanza. Deben esperarse los pasos de la justicia, respetar los procedimientos, jamás anticiparse a los hechos.
Ni siquiera la autoincriminación del portero los llamó a sosiego. Armaron dos bandos, los que creen que dice la verdad y los que creen que no, y azuzan a unos y a otros para que desparramen sus delirantes versiones. Hacen infografías, representaciones animadas y desarrollan un sin fin de técnicas para mostrar como pudo haber ocurrido el crimen.
Se les fue la mano, completamente, y lo que es peor, si la verdad es contraria a todas sus fantasiosas suposiciones, darán vuelta la hoja y comenzarán a ocuparse del próximo caso.
Llegará el momento, si no ha llegado ya, que los periodistas tengamos que redactar y obviamente respetar un manual de estilo para todos en general. Y llegar sólo hasta donde se puede llegar, junto o después de los hechos, y relatarlos tal cual ocurrieron, con elementos veraces, sin especulaciones vagas, ni elucubraciones falaces. En el colmo de esa locura informativa, y tal vez ateniéndose a esa premisa que tienen los médicos forenses cuando dicen: «el cuerpo habla», hicieron hablar en verdad a la víctima, inventando palabras que habría dicho en el momento de ser atacada. Un diario nacional muy importante lo reflejó en sus páginas, cuando nada, absolutamente nada de eso figura en el expediente.
Mesura y profesionalismo, una autocrítica rigurosa y como decíamos, un compromiso con la ciudadanía, para que podamos ser creíbles.