Si uno recorre la historia verá que esas islas al sur de la Argentina , como dos brazos mutilados del continente, comenzaron a ser consideradas allá por 1520 cuando el navegante español Esteban Gómez las avistara por primera vez. Luego fueron Simón de Alcazaga y Alonso Camargo sus redescubridores y ocupadores, siempre en nombre de la corona española, por espacios no permanentes de tiempo por lo complicado del clima, pero sentando un precedente.
Los ingleses llegaron allí por 1590, y entonces comenzó la lucha entre las dos colonias de esa época. Luego hubo un corto período de tiempo en que fueron los franceses los que quisieron plantar sus reales pero que las devolvieron, allá por l876, reconociendo la soberanía española. En l8ll, luego de la revolución de Mayo, los españoles las abandonaron, siendo solamente visitadas esporádicamente por barcos balleneros, hasta que en l820 el gobierno argentino se ocupó de ellas nombrando gobernador a Luis María Vernet, hasta que el 2 de enero de l833, la fragata inglesa Clio al mando del Capitán John James Onslow las invadió y con el criterio prepotente de los colonialistas, se adueñaron de ese territorio bañado por las aguas del Mar Argentino. Este pequeño y apretado introito tiene por único objeto demostrar que no solamente la geografía sino también la historia nos dan el derecho de posesión donde parecía que solamente la espuma y las gaviotas eran su riqueza de añoranza, pero resulta que ahora el petróleo, ese hidrocarburo que mueve a algunos gobiernos a cometer atrocidades para apoderarse de él, ha mostrado su siniestra sonrisa en el archipiélago. Y la tan mentada, por años, importancia estratégica, la riqueza ictícola de sus aguas circundantes parece haber pasado a segundo plano ante este llamado oro negro, que obnubila las mentes de ambición. Y por ello no asombra la llegada al paraje de armas de última generación, que más que para defensa son para conquista. Y los piratas imperiales, como alguien los llamara con sorna cruel, se ríen de nuestra debilidad. Nos vencieron en aquella demente intentona de hace 30 años y, pueblo de paz como somos, no nos preocupamos de renovar las ya por entonces vetustas armas con que contábamos y algún ministro inglés nos dice ahora con dolorosa razón “los argentinos no son peligrosos, si desde 1982 no han renovado su armamento”. Y es cierto, dolorosa, rigurosa y totalmente cierto. Somos un pueblo de paz, sin la gimnasia pirata y colonialista de algunos y donde la diaria guerra que acometemos es con nosotros mismos, a través de cañonazos de palabras, arrojando bombas de acusaciones contra la soja y quienes la producen y hasta vendimos YPF, demostrando lo poco que nos interesa la riqueza subterránea, salvo la disputa entre Macri y Cristina por TBA. Y en la civilizada disputa diplomática que a nuestros colonialistas adversarios no les mueve un pelo, tenemos altibajos de apoyo de nuestros hermanos de América del Sur que nos hace pensar que los queridos hermanos que son puntales de nuestra argentinidad en las Malvinas Argentinas, seguirán irredentos por mucho tiempo bajo blancas cruces de madera que señalan su amada presencia en ese territorio que es nuestro pero que nos fuera arrebatado por la codicia, la inconducta humana, la ambición y el deseo de expansión de pueblos que han hecho de esta práctica una reiterada costumbre.
Nosotros seguiremos llorando a nuestros héroes, reclamando nuestros derechos desde la vía de la justificada conducta humana, que otros, riéndose de nuestras debilidades seguirán con su prepotencia usufructuando territorios e historias ajenas. Es la eterna disputa entre los justos y decentes y los “piratones imperiales”. Casi como la historia entre el bien y el mal…