La vida como un árbol, aguanta los aquilones que desde el norte del destino soplan, aún perdiendo ramaje de su copa, hojas de sus ramas, pero conservando su esbeltez y su gallardía, hasta que el reloj de su existencia, con su caprichoso designio marca un socavón en el que terminarán, indefectiblemente todas nuestras esperanzas y anhelos.
La vida, como un árbol, suele afrontar de frente y estoico la fuerza de esos vendavales que pretenden aminorar la resistencia, y a pesar de muchas primaveras, siempre llegará, lamentablemente, el invierno que marchitará la floración que ilumina de sueños nuestro camino.
La vida, como un árbol, a pesar de la raigambre que sostiene la gallarda planta, tendrá un tiempo para crecer, disfrutar de la calidez de la bonanza de la juventud, y comenzará su declinación, que en algunos es más rápida y notoria que en otros, pero que en todos es un camino ya trazado y, tal vez, hasta predeterminado.
Teobaldo Mario Pérez Barbieri, “Teo” para la familiaridad y el cariño, fue precisamente, y dicho con respeto, ese árbol, parábola que define su existencia.
Muchacho de fina y elegante estampa, con las condiciones necesarias para definirlo como buena persona, alegre, divertido, buen amigo y con un pasar que le permitió tener un trayecto de sueños concretados. Felizmente casado con Myriam Magagnini, padre de la hermosa Marión, amante de los autos deportivos y sport, gusto que se dio recorriendo la calles de la ciudad y rutas del país en un hermoso coche que obligaba a girar la mirada hacia él por su belleza. Otro de los gustos de muchacho inquieto y aventurero fueron los autos de carrera, que también hiciera realidad, interviniendo en varias competencias de los campeonatos del T C 4000.
Pero en plena juventud, una pertinaz diabetes, fue el calvario que empañó la felicidad que lo rodeaba. Luchando con ese asesino silencioso, que va socavando sin miramientos y sin estridencias nuestra existencia, supo disfrutar, empero, de muchos momentos de feliz realización con viajes de placer, cotidianas y repetidas reuniones con amigos, pero siempre con esa amenaza silenciosa y en las sombras de su enfermedad. Mal que lo fue mutilando en su físico y en su espíritu, hasta que el domingo 22 de setiembre, cuando, como dice Alberto Cortez, estaba viviendo la mitad de su vida, con apenas 52 años de existencia, emprendió el camino hacia el espacio donde moran los recuerdos, que le permitirán volver cada día a compartir los sentimientos y las nostalgias de todos los que bien lo han querido.
El inmenso dolor que su temprana partida provocara se vio reflejado en el acto de su velatorio e inhumación de sus restos, ocurrido el lunes 22 a las 10 hs., previo responso en la Iglesia Nuestra Señora del Carmen.
Teobaldo Mario Pérez Barbieri, por siempre Teo, que el Señor de a tu alma la paz eterna que merecés.